viernes, 9 de julio de 2010

Surrealismo de cartón piedra


Ojeo el último número de Babelia, el suplemento cultural de El País. Los que vivimos fuera leemos los periódicos de España como quien repasa unos apuntes en el último momento antes de un examen: para creerte que te has enterado de algo, para sentirte parte de un mundillo que, supuestamente, es esencial conocer, aunque sabes que ya es tarde.

Leo, leo las dos docenas de hojas, sin orden ni concierto, saltando de los titulares a párrafos dispersos. Y descubro así que en el siglo XVIII en la corte de Madrid las damiselas masticaban jarras de barro para adquirir palidez (a fuer de provocarse anemias); y aprendo también que cierto artista muy moderno y muy famoso ha compuesto un CD utilizando sonidos diversos del ciclo vital de un cerdo; y que se va a publicar, en lujosa edición de encuadernación de seda y papel acartonado el célebre libro rojo de Jung, que nadie entiende pero que provoca, en quien contempla demasiado tiempo los detallados dibujos acuarelados del psiquiatra austríaco, un pavor insondable por las puertas. Y me entero, finalmente, de que Ezra Paund era un capullo, o a lo mejor estaba loco, o quizás era un genio, o puede que las tres cosas, en su caso, significasen lo mismo -eso, el articulista, no logra aclararlo.

Leo Babelia para cerciorarme de que todo lo que ignoro. Leo Babelia buscando, inútilmente, que algún periodista intrépido aparque la pose.

la extensión, entiendo, es enemiga de la profundidad. Y este mundo de hoy es muy extenso, demasiado extenso.

la próxima vez, para guiarme en la jungla cotidiana, en lugar de leer Babelia, trazaré yo mismo un mapa preciso, un mapa de una isla pequeña, poco extensa, y muy profunda.

(Foto: Aránzazu Echánove)

martes, 6 de julio de 2010

Palabra perdida

Hay en español un vocablo cuyo uso hemos perdido en el habla cotidiana y, sin la cual, somos incapaces de dar nombre al tipo de población donde muchos habitamos: la palabra 'villa'.

Hoy en día, en España solo hablamos de ciudades, pueblos y aldeas. Estos términos se utilizan de una forma muy vaga. Por ejemplo, decimos que Soria es una ciudad pero solemos llamar pueblo a Talavera de la Reina, aunque la primera apenas tenga 25,000 habitantes y la segunda 75,000. De modo más o menos general, de forma inconsistente, en el habla coloquial llamamos ciudades a todas las capitales de provincia y, de entre las demás poblaciones, sólo a aquellas que son realmente muy grandes (digamos, con mas de 100,000 habitantes), como por ejemplo Vigo, Gijón o Cartagena. Para todas las demás poblaciones, especialmente si son cabeceras de municipio, usamos el término 'pueblo', no importa que cuente con varias decenas de miles de pobladores o con apenas media docena de vecinos (como tantos y tantos 'pueblos' de Castilla-León). El termino aldea lo utilizamos, normalmente, sólo para entidades muy pequeñas y que además carecen de ayuntamiento.

En casi todos los demás idiomas europeos, se emplea siempre un término para designar a esa categoría intermedia entre lo que en castellano designamos como ciudad y lo que denominamos pueblo. Así, en inglés, se habla de 'cities' (ciudades), 'villages' (pueblos) y 'hamlets' (aldeas), pero además se hace uso constante del muy práctico 'town' para referirse a ciudades pequeñas o pueblos grandes.

Toda la vida, el término en castellano para esa categoría intermedia ha sido el de 'villa'. Cayó en desuso hace un par de siglos y desde entonces no hemos sido capaces de reemplazarlo por uno mejor. El modo de hablar, como es bien sabido, condiciona la forma de pensar. Por eso, en la mentalidad española existe una artificiosa división mental tajante entre lo rural (pueblos) y lo urbano (ciudades) que, en la realidad no existe en absoluto. Una cifra enorme de españoles viven en lugares para los que el termino pueblo se queda pequeño y el de ciudad parece demasiado grande. Entre la urbe industrial y cosmopolita y el típico pueblo agrícola hay todo un abanico de poblaciones intermedias, cuyos habitantes, posiblemente, no se sienten cómodos en calificar como pueblos, peor tampoco como ciudades.

Mas práctico seria que llamásemos pueblos a las entidades cuya población se cuenta en cientos o en miles, villas a aquellas cuyo vecindario alcanza unas decenas de miles de personas y ciudades a las entidades con cientos de miles de moradores. No sólo nos aclararíamos más en nuestras conversaciones diarias. Además, comprenderíamos mejor que la radical dicotomía pueblo/ciudad solo existe en nuestra imaginación.


(Foto: Ignacio Huerga)

Leyendas vascas (y 2)

Hablábamos aquí, hace un par de entradillas, sobre la visión distorsionada de la lengua vasca que se tiene frecuentemente en el resto de España. Pero, para hacer honor a la verdad, las percepciones deformadas sobre el euskera son igualmente frecuentes en el propio País Vasco. La primera, y tal vez la mas peligrosa de tales distorsiones, es ese permanente ejercicio por parte del nacionalismo vasco de monopolizar el euskera, como si los idiomas, en si mismos, fueran patrimonio de una u otra corriente ideológica. Muchos vascos aman su lengua y la usan a diario y no son nacionalistas. Es imprescindible, para una cabal comprensión de la sociedad vasca, entender que identidad lingüística y opinión política no son sinónimos.

Otra gran leyenda del nacionalismo vasco con respecto al euskera es la de la supuesta perentoria necesidad de 'revasquizar' las zonas del territorio autonómico donde la lengua no se habla (Álava, las Bardenas…). Es dudoso que en la Rioja alavesa, por ejemplo, se haya hablado euskera alguna vez en los últimos mil años. Reintroducir el vasco allí resulta tan anacrónico como recuperar el mozárabe en Toledo, pongamos por caso. En el País Vasco, como en tantas otras partes del mundo, las fronteras administrativas y las lingüísticas, sencillamente, no coinciden. Potenciar el euskera en las zonas donde se sigue hablando es no solo recomendable, sino necesario. Pero relanzarlo donde ya no se habla es un simple ejercicio de fantasía lingüística.

Otro lugar común que merece ser aclarado es el asunto de la supuesta persecución del euskera durante el franquismo. Sé que entro aquí en aguas polémicas y espero pues no ser mal interpretado.

Se suele atribuir al adusto dictador ferrolano toda la responsabilidad en el declive del uso del vasco, cuando lo cierto es que la lengua venía perdiendo terreno desde mucho tiempo atrás. Si a alguien hay que atribuir la principal carga en el decaimiento del euskera es a las propias élites vascas. Hasta mediados del siglo XIX, nueve de cada diez vizcaínos y guipuzcoanos hablaban vasco; muchos, de hecho, no conocían ningún otro idioma. Con la industrialización y el afloramiento de una nueva burguesía urbanita, bien posicionada en Madrid, la venerable lengua comenzó a decaer. Hablar vasco ya no era 'elegante', sino más bien propio de 'aldeanos'. El español pasó a ser, para las elites vascas, la lengua de los negocios, el idioma del futuro, en tanto el vasco se asimilaba con el pasado rural a superar.

Durante el franquismo, esa tendencia no hizo sino acelerarse. Por una parte, la lengua perdió el régimen de oficialidad que había gozado durante la Segunda Republica. Así mismo, el uso del euskera comenzó a dotarse de una connotación política evidente. Los vasco-parlantes (especialmente si se trataba de intelectuales) eran de algún modo percibidos por el régimen como potenciales desafectos al sistema, debido al papel jugado por el nacionalismo vasco durante la contienda civil. Así pues, el ambiente político y social de la dictadura era sin duda altamente desfavorable al idioma. Pero la situación que acabamos de describir no es exactamente la misma que la de una persecución. Hablar vasco no era un delito; el idioma, aunque jamás apoyado por el sistema educativo de la dictadura, nunca dejó de enseñarse (aunque minoritariamente); las misas se seguían dando en euskera; la mayor parte de la gente, en las áreas euskaldunes, continuó utilizando el idioma en su vida cotidiana. De hecho, el porcentaje de vasco-parlantes respecto al total de la sociedad vasca apenas disminuyó durante los 40 años de la dictadura. Obvio es decir que la situación estaba lejos de ser ideal para los vasco-parlantes, pero el termino 'persecución' es, sencillamente, exagerado.

Si en verdad respetamos el vasco, comencemos por ser fieles a la verdad de su historia.

lunes, 5 de julio de 2010

Mascotas

Leo en un artículo del Economist que algunos estudios recientes han descubierto correlaciones en diferentes países entre la incidencia de la toxoplasmosis y asuntos tales como el número de atropellos, la tasa de esquizofrenia o el porcentaje de niños con baja atención en la escuela.

Hasta hace poco se pensaba que la toxoplasmosis, una enfermedad vírica transmitida por gatos y ratones, sólo suponía una amenaza para los fetos y lactantes, para los cuales es casi siempre letal. Para los demás, sufrirla entraña más o menos los mismos síntomas que padecer un catarro vulgar y corriente. Varias investigaciones apuntan ahora a que, en cambio, padecer la toxoplasmosis puede ejercer una brutal influencia en el carácter humano. Las sociedades donde esta enfermedad está más presente, como por ejemplo Francia (debido al consabido amor galo por los felinos domésticos), son más propensas a los trastornos de la personalidad y a las reacciones imprevisibles. No es pues sólo que nos parezcamos a nuestras mascotas; es que nuestras mascotas nos hacen ser lo que somos.

Si estas teorías llegan a probarse, nos encontraríamos ante una relación causa-efecto directa entre el amor de los franceses por los gatos y su tendencia a su visión existencialista de la vida. El existencialismo, a fin de cuentas, es la racionalidad impredecible. Yo siempre había sospechado que había algo de gatuno en el pensamiento francés. No me puedo imaginar a Camus, a Monet o a Degaulle sin un gato rondándoles los pies y hechizándoles con su mirada intensa. Pero nunca pensé que la ciencia llegase a demostrar esta relación.

Probablemente, a la postre, incluso se dé un efecto tipo centrifugadora, de modo que cuanto más existencialistas y divagadores se vuelven los franceses por culpa de la toxoplasmosis, más se sienten atraídos por los siempre misteriosos e individualistas mininos, lo cual, a su vez, incrementa la exposición a la enfermedad, y con ello, mayor es el grado de su existencialismo mental, y vuelta a empezar.

Ya solo falta que un artículo científico nos aclare por fin la relación vírica entre el amor británico por los perros y su bien consabida flema (*).

Foto: Luis Echanove

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(*) Prefiero no pronunciarme sobre el fetichismo hispánico con el jamón, para no arribar a conclusiones embarazosas.

viernes, 2 de julio de 2010

Olas

El ruido del mar batiendo le acompañaba siempre, allí donde se dirigiera.

En la ciudad no oía nunca los pitidos incesantes de los coches, o los retazos de las conversaciones confusas de otros peatones. Su fondo sonoro era siempre el de las aguas trenzando redes de espuma y rompiendo contra una playa de ficción.

Cuando caminaba por el bosque, no escuchaba el sonido de las hojas secas al ser pisadas, o el aletear de los pájaros volando atolondrados al caer la tarde. Sus oídos solo se llenaban con el fragor de las aguas rítmicas de un océano inexistente.

Escondido a veces en su habitación, atrapado en la soledad, cerraba a veces los ojos, y el mar curtiendo el aire con su silbido constante seguía resonando en su cabeza.

Llegó el verano. Marchó a la costa. Se encaminó una mañana hasta el malecón y allí contempló absorto como las olas azules sacudían en andanadas las rocas del fondeadero. La brisa húmeda salpicaba su cara. Y el ya no oía nada. Todo era silencio.

Foto: Ignacio Huerga

Leyendas vascas (1)

Hay varias falsas leyendas entorno al idioma vasco, creídas a pies juntillas por muchos españoles poco informados que, para hacer honor a la verdad, conviene desmantelar. Todas ellas intentan, de una manera u otra, demostrar que el vasco no es una lengua que uno deba tomarse muy en serio, sino más bien una especie de habla residual, de segunda clase, potenciada artificialmente en los últimos años pero en realidad carente de los atributos de los idiomas 'de verdad'.

La primera de estas falacias es que el euskera no existe, y que solo cabe hablar de un conjunto de dialectos locales muy diferentes, aglutinados artificialmente en el batua, el vasco estandarizado. Es verdad que el vasco es una lengua muy fraccionada dialectalmente, como también lo son, por ejemplo, el italiano o el alemán (que le pregunten si no a alguien de Zurich si entiende bien a un ciudadano de Kiel), lenguas cuya existencia como idioma nadie pone en duda, pese a la diversidad de sus modalidades locales. Por otro lado, el propio italiano, y muchas otras lenguas en el mundo, han sido también sujetas a procesos de normalización, utilizando para ello elementos de sus diversos dialectos.

Otra de tales leyendas sostiene que el vasco es un idioma pobre en vocabulario, y que carece de términos para designar realidades diferentes a las del mundo arcaico y rural. Lo cierto es que el 'Diccionario del Euskera Actual' contiene unas 50,000 entradas. El número de registros del Diccionario de la Real Academia Española es de aproximadamente 100.000 palabras. La diferencia es sustancial…pero también lo es entre el español y el inglés, cuyo número total de vocablos se cifra entorno a los 250,000, sin que por ello a ningún estudioso inglés se le ocurra pensar que el idioma de Cervantes es especialmente pobre en vocabulario.

También se intenta probar que el vasco no es realmente una lengua 'de verdad' porque constantemente crea artificialmente palabras nuevas a partir del castellano y de otros idiomas (siempre se pone el ejemplo de aeroportua), como si el español, o cualquier otra lengua, no viera nacer constantemente nuevos términos a partir de otros idiomas. El español de hoy en día está plagado de anglicismos, la mayor parte de los cuales se emplean sin la menor noción de que en realidad son prestamos de la lengua inglesa (por ejemplo, cuando usamos 'firma' en lugar de empresa, 'planta' y no fábrica, 'detectar' en vez de descubrir, 'boicotear' por hacer el vacío, 'arresto' como sinónimo de detención, etc), por no mencionar la mareada de palabras del inglés usadas en castellano sin ninguna adaptación (marketing, futbol, y tantos cientos más). Las lenguas son realidades vivas y se influyen entre si, y esto, que es valido para el vasco, lo es también para el castellano, y en realidad para cualquier lengua.

Finalmente, se suele también decir que el euskera es (o era, hasta su apoyo intensivo por parte de las administraciones públicas), un idioma casi extinguido, minoritario, que ya solo hablaban un puñado de aldeanos perdidos en sus caseríos de montaña. Es absolutamente cierto que el idioma vasco ha estado en retroceso durante siglos, especialmente desde inicios del XIX, y que muchas comarcas en las que siempre se habló, ya no son en absoluto vasco-parlantes, tales como casi toda la provincia de Álava, toda la Navarra central y muchos municipios industriales de Vizcaya y Guipúzcoa. Pero el vasco nunca dejó de hablarse, tampoco en la época de Franco, en un sin numero de poblaciones, sobre todo de Vizcaya, Guipuzcoa y la Alta Navarra, incluyendo muchas de gran tamaño, como Rentaría, Ondarroa, Lekeitio, Guernica, Durango y tantas otras. Lo raro, en la mayor parte de estos lugares, era y es escuchar una conversación en castellano.

Hoy en día el vasco es la lengua materna de unas 850,000 personas (20,000 de las cuales solo saben hablar vasco), que pueden parecen pocas en comparación al numero de hablantes del castellano, pero son más o menos las mismas que hablan estonio o el maya, idiomas que nadie en su sano juicio tacharía de 'residuales'.

Hasta que no nos desembaracemos de los falsos clichés, será difícil mantener un diálogo constructivo sobre la diversidad lingüística de España.


(Foto: Ignacio Huerga)

Cosquilleo

Han descubierto un nuevo cuadro de Velázquez en los sótanos del museo de la Universidad de Yale.

Parece que hay pocas dudas de la autenticidad de la obra. Es una noticia extraordinaria. Tanto que, después de escribir la primara frase de esta entradilla, la releo y me parece que en realidad he comenzado a narrar un cuento.

El cuadro corresponde a la etapa sevillana del genio, y representa a la Virgen María de niña, con sus padres. No se tenía constancia alguna de la existencia de esta obra. La historia de cómo termino en Yale no esta aun del todo clara, aunque parece que un marino americano lo adquirió en España durante la época de la desamortización de Mendizábal.

No es la primera vez, en tiempos recientes, que sale a la luz un óleo no conocido del pintor. En 2009 el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York descubrió por sorpresa, tras limpiar a fondo un muy deteriorado retrato anónimo de su colección, que en realidad se trababa de una obra velazqueña.

Hay muchos pintores que me fascinan (Botticelli, Miguel Ángel, El Greco, Goya, Monet, Roerich, Picasso … y tantos otros), pero creo que solo hay dos que me llevan literalmente, al enajenamiento: Vermeer y Velázquez. Después de contemplar por unos segundos la obra de alguno de estos monstruos del arte, comienzo a los pocos segundos a sentir (casi a padecer) un cosquilleo que me comienza en el cogote y se expande en oleadas a lo largo del cuerpo, hasta los dedos de la mano y la punta de los pies. A la vez, la mente se queda en blanco, la mirada se hunde en el fondo del cuadro y comienzo a sentirme, literalmente, dentro del lienzo. Es una sensación extremadamente agradable, que también me sucede algunas veces mirando detenidamente un paisaje (sobre todo el mar), observando los detalles de una iglesia románica o de una catedral gótica, escuchando Mozart o enfaenado en otras actividades que no es menester describir aquí.

El que sigan descubriéndose obras de Velázquez es, de algún modo, como si el maestro siguiera vivo y produciendo obra. Eso me llena de esperanzas. Porque hay un cuadro que Velázquez no sabemos si pintó, pero yo sueño con que lo hiciera y que algún día aparezca: Una vista de Venecia.

El pintor, durante su primer viaje a Italia, visitó la ciudad en su recorrido desde Génova hasta Roma. Según Pacheco, durante su estancia en la capital del Veneto Velazquez fue recibido por el Embajador de España y, según Boschini, compro allí al menos cinco cuadros para la Corte de Madrid (obras de Tiziano, Veronés y Tintoretto). No obstante, no témenos constancia alguna si durante sus días (o semanas) en Venecia el pintor hizo uso de sus pinceles. ¿Pudo sustraerse al encanto de la ciudad más mágica del mundo y no esbozar si quiera una vista de los canales?

Yo creo que tal cuadro existe, y el día que lo vea, el cosquilleo brotando del cogote comenzará de nuevo, para ya no detenerse nunca.

Foto: Ignacio Huerga