viernes, 26 de marzo de 2010

Ejercicio lingüístico

La alcaldesa
Acicalada con sus alhajas, la alcaldesa hablaba desde la tarima. Una alfombra naranja de algodón cubría los azulejos de la atalaya. Jazmines, adelfas, tulipanes, alhelíes, azucenas y amapolas decoraban todos los rincones del malecón.

-'¡Jeta, mequetrefe!' gritaba el albañil mulato, drogado por el alcohol. '¡Momia charlatana!' vociferaba farruco el chismoso alférez, en plan guay. ¡Que te follen, marrana!', exclamaba de guasa el danzarín gitano. Encaramada a al alfeizar del zaguán, una azafata en albornoz, pijama y chanclas la llamaba 'mamarracha' y otros alhagos parecidos. La alharaca siguió hasta el alba. Fulano, de mal talante, exclamaba '¡asesina!', y mengano continuaba: '¡gilí pichis!'

Era el momento cenit de otro alboroto en balde. Ya ni los alguaciles controlaban las algaradas. Ojala no fuera así, pero es que la zafia alcaldesa, aunque alardeaba mucho, siempre ganduleaba, era mezquina, no se afanaba y al final jorobaba a todos: no arreglaba las averías en las polvorientas acequias y alcantarillas de la aldea, no reparaba los tabiques de adobe del arrabal… y lo peor de todo: los alquileres habían subido abismalmente, y también las tarifas y aranceles aduaneros (antes la cifra a pagar era cero). Encontrar algo para el almuerzo en los almacenes del barrio era una tarea baladí : aceite, arroz, azúcar, alcachofas, berenjenas, zanahorias, sandias, limones, aceite…ni un mezquino alfiler quedaba en los baúles.
Este texto contiene 96 palabras de origen árabe, incluidos todos los sustantivos y adjetivos, además de varios verbos e interjecciones.

(Foto: Luis Echanove)

martes, 23 de marzo de 2010

La sombra del autor es alargada

Miguel Delibes forma parte de mis recuerdos familiares más antiguos. Su abuela y mi bisabuelo eran hermanos. Yo nunca le conocí personalmente, pero mi madre, sobre todo de joven, mantuvo trato estrecho con su familia. Mi madre de niño siempre me contaba que cuando se casó con mi padre, el escritor les regaló sus obras dedicadas, en una maravillosa edición de la colección Ancora. Algunos ejemplares todavía sestean en su librería. Una grata sensación de orgullo familiar nos unía mágicamente con el escritor.

Tal vez ese nexo difuso me llevó a leer La Sombra del Ciprés es Alargada a una edad demasiado temprana para entenderlo. Recuerdo que, de todos modos, el libro me gustó mucho. Después vino El Camino, lectura obligatoria en BUP (ahora que caigo en la cuenta, Delibes era el ultimo autor español sobreviviente de aquellos que tenían asignado capítulo propio en mis libros de literatura del bachillerato). Y luego, con el transcurrir de los años, me dejé atrapar por las Ratas, Los Santos Inocentes y, finalmente, El Hereje.

Ningún autor español, desde Antonio Machado, supo contarnos Castilla tan bien como Delibes. La Meseta para él era mucho más que un paisaje geográfico de trigales, montes, ciudades provincianas y pequeños pueblos con rotundos nombres medievales. La suya era más bien una Castilla de paisajes humanos, tan humanos que, al fin y al cabo, era pasajes universales.

De todos modos, y aunque excelentes, no son sus ambientaciones castellanas lo que yo más destacaría en la obra de Delibes. Sus tramas, aunque rotundas y magníficamente construidas, no son tampoco el elemento crucial de su genialidad. Ni siquiera su fabuloso estilo ni su modo mágico de describir. Es, más bien, su dominio absoluto del lenguaje. Ninguna palabra sobra, ninguna falta. Todas y cada una parecen ocupar en sus frases el hueco exacto que les corresponde según el orden natural de las cosas. Esto, que parece a primera vista sencillo, constituye en verdad la esencia misma de la perfección literaria. Por eso, basta leer unas pocas líneas al azar de cualquiera de sus libros para disfrutar de un fresco baño del español más perfecto. Delibes, más que dominar la lengua castellana, se sometía a ella, se dejaba llevar.

Cada vez que un escritor al que he leído y admiro muere, surgen en mí dos sentimientos contrapuestos: Uno de desazón, la misma que se produce cuando se marcha para siempre alguien a quien conocíamos bien. La otra es de consuelo: Nos queda su obra, a través de la cual nos seguirá siempre hablando.


(Foto: Luis Echánove)

viernes, 19 de marzo de 2010

Qu'est-ce que c'est?


Solo quería entender lo que me pasaba. Pregunté otra vez al tipo alzado ante mi vista, pero no soltaba prenda. Solo veía sus pies, ahí, parados, frente a mi mirada. Unas abarcas grandes de cuero. Quien sabe, a lo mejor él no tenía tampoco una respuesta. O puede que no me oyera. Yo mismo era incapaz de escuchar mi propia voz.

Podía sentir el murmullo de sonidos a mí alrededor. '¿Qué pasa?' grité mentalmente una vez más.

Al fin un muchacho se acercó. Reclinándose a la altura de mis ojos, me miro fijamente y dijo: 'No pasa nada. Antes eras Luis XVI, Rey de Francia. Ahora eres solo una cabeza cortada'.

(Foto: Luis Echanove)

lunes, 15 de marzo de 2010

Sincotrón superprotónico

Me acabo de enterar de que mi cuerpo contiene unos mil millones de átomos que alguna vez pertenecieron a Miguel de Cervantes. El asunto, por supuesto, me hace bastante ilusión.

No me estoy volviendo loco. Hablo de una verdad científica probada. Tan fabulosa noticia me ha sido desvelada en un mágnifico libro de divulgación científica llamado "Una breve historia de casi todo", escrita con esmero por el periodista británico Bill Bryson.

No me alegra, en cambio, saber que dispongo dentro de mí de una cantidad semejante de los atomos que en su día formaron a Adolf Hitler o Jack en Destripador...y en realidad, de los de cualquier ser humano (o de cualquier muflón, babosa, paramecio, pedazo de granito o alga verdeazulada) que alguna vez haya existido sobre la tierra. Lo mismo le pasa a tu cuerpo, lector, y al de tu vecina del tercero.
Mil millones de átomos parecen muchos, pero en verdad sólo constituyen una parte ínfima del conjunto total de átomos que me dan forma. Un centímetro cúbico de aire, por ejemplo, contiene unos 45,000 millones de átomos. No sé cuantos átomos forman mi cuerpo, pero a capón yo diría que unos cuantos trillones.

Tal vez algún día fabriquen un sincotrón superprotónico capaz de reunir a los átomos de Cervantes y ponerlos todos juntos otra vez, y en su debido orden. Quién sabe, el reencarnado Manco de Lepanto bien podría escribir una tercera parte del Quijote.

No obstante su mínima aportación a mi conjunto, me siento especialmente orgulloso de esos átomos cervantinos, y también de los que alguna vez estuvieron dentro del Mahatma Gandi, Einstein, Mozart o Miguel Ángel, y ahora, finalmente, han dado conmigo. Para los momentos de bajón, nada tan reconfortante como acordarse de que a todos los genios, al fin y al cabo, los llevamos dentro.

(Foto: Luis Echánove)

viernes, 12 de marzo de 2010

Contra los nacionalismos

La visión popular de la historia de España que casi todos aprendimos en la escuela (y también, por supuesto, la que aprenden hoy los niños en Cataluña o el País Vasco), es fundamentalmente una construcción ideológica y sesgada de los hechos del pasado que responde poco a la realidad histórica. Es por ejemplo un hecho irrefutable que Vizcaya, Guipuzcoa y Álava han formado parte de la corona de Castilla durante mas tiempo que Toledo, Albacete o Ciudad Real, pongamos por caso (mal que les pese a los nacionalistas vascos). También lo es, no obstante, que las provincias vascas se rigieron con autonomía casi absoluta hasta el siglo XIX (mal que les pese a los nacionalistas españoles). Y es que, en verdad, la monarquía española, desde Isabel y Fernando y hasta los Borbones, no gobernó nunca sobre un reino unificado, si no sobre una colección de territorios autónomos, cada uno con plena identidad política propia. Los Señoríos Vascos o Cataluña no eran sino piezas en ese puzzle de reinos y dominios en gran medida autogobernados. Como también lo era, pongamos por caso, el reino de Jaén…sin que ello haya dado pie, en la época moderna, a ningún nacionalismo jienense del que yo tenga noticia.

Si alguna región de España puede en verdad hacer valer una larga tradición de identidad política históricamente diferenciada y permanente a lo largo del curso de la historia española, es sin duda Navarra. Fue la ultima zona del país en integrase políticamente con el resto de España (y no el reino de Granada, como casi todo el mundo piensa) y la ultima y perder su autogobierno. Sorprendentemente, el nacionalismo navarro nunca ha sido fuerte. Y es que, al fin de cuentas, el nacionalismo no es hijo de una identidad histórica propia, sino más bien, de los tejemanejes de las clases políticas y económicas.

Claro está que la supuesta identidad diferenciada de los actuales nacionalismos periféricos también se argumenta sobre la base de la lengua propia. La realidad es que en España se hablan siete lenguas vernáculas, aunque solo cinco de ellas son idiomas cooficiales (vasco, gallego, catalán/valenciano y aranes). El asturleonés y el aragonés, ambos en peligro de extinción, son, para los filólogos, lenguas romances por derecho propio, pero no gozan de ninguna oficialidad en sus respectivos territorios. No obstante, el nacionalismo nunca ha sido fuerte en Aragón, Asturias o León…contar con idioma propio no es pues condición necesaria ni suficiente para enarbolar las banderas del nacionalismo.

Pero volviendo al nacionalismo españolista, y a esa leyenda de la continuidad histórica de una España unificada, vale la pena recordad que la noción de que entre el fin de la Hispania romana y las invasiones árabes, España quedó atada y bien atada bajo los visigodos, es también falaz. Durante la mayor parte de su historia, el reino Visigodo de Toledo solo logró controlar a mitad de la Península Ibérica. Andalucía formo parte del Imperio Bizantino durante doscientos años y todo el noroeste peninsular conformo el reino Suevo, también durante dos siglos.

La invasión árabe, vista siempre como una penetración alienígena en el suelo patrio, comenzó como una simple intromisión norteafricana en medio de una guerra civil entre pretendientes visigodos al trono. Al fin y al cabo, la Península llevaba siglos recibiendo ocupantes procedentes del otro lado del Estrecho: Comenzando por los propios íberos, de origen norteafricano, y continuando por los cartagineses, más las subsiguientes y poco conocidas razias bereberes durante la Hispania Romana (y las fuentes hablan de al menos cinco campañas de este tipo), lo cierto es que una constante en la historia de la Piel de Toro es la emigración de pueblos desde el territorio del actual Marruecos hacia el sur peninsular. Pero claro, resulta políticamente poco correcto reconocer que, desde un punto de vista histórico, estamos tan o más unidos a Marruecos que a allende los Pirineos. Somos europeos sí… pero históricamente, también somos norteafricanos.

La identidad de España es fruto de un cruce entre determinismo geográfico (al fin y al cabo vivimos en una península bastante compacta) y avatares de la historia. Portugal no es parte de España por la simple razón de que a mediados del siglo XVII su revuelta independentista logró triunfar. Si, pongamos por caso, las rebeliones separatistas de Cataluña y Andalucía, ocurridas en los mismos años, hubieran resultado exitosas, y la portuguesa, en cambio, fallida, los niños de hoy, al trazar el mapa de España, dibujarían algo parecido a la ilustración de la izquierda. Somos hijos del pasado, un pasado muchas veces casual.

La historia oficial de España, y ahora también las historias oficiales de muchas comunidades autónomas , se construyen a base de mitos tendenciosos. Si queremos aprender a convivir, mejor será mirar al pasado sin los prejuicios del presente.
(Foto: Luis Echanove, mapa: Juan Echanove)

Ejercicio lingüístico


Aunque hay barro en el camino del páramo y el arroyo rebalsa sobre las losas de la chavola, yo quiero salir de esa cabaña de chatarra.

Agarro con la mano izquierda la mochila, y entonces alguien me dice: 'Zurdo, estas como un cencerro…a quien se le ocurre salir sin la zamarra ni la chistera, con este chubasco de órdago' .

Nota: Todos los sustantivos y adjetivos en este cuento breve son de origen prerromano, por tanto, el texto resulta incomprensible para un hablante de una lengua románica diferente al español (como el italiano o el francés). Normalmente, cualquier hablante de una lengua románica puede comprender entre el 70% y el 80% de un texto en castellano.


Foto: Luis Echanove

martes, 9 de marzo de 2010

Los dos lados del frente

No sé porque me acuerdo tanto de aquellos tiempos en los Balcanes últimamente. Será la nieve, las montañas, los vientos bélicos o la manera de beber de los paisanos.

Hace un par de semanas, en una cena con amigos holandeses y flamencos, aquí en Tiflis, conocí a Jef. Sin previo aviso se coló la guerra de Bosnia en la conversación. Jef también había estado allí. Trabajó para el ACNUR el mismo año que yo acompañaba convoyes de ayuda de la Unión Europa. Enseguida se generó entre los dos ese secreto hermanamiento que amarra entre sí a aquellos que creen haber vivido algo inexplicable. Desgranamos anécdotas. Creo que fui yo quien primero mencionó el episodio de la caída de Velika Kladusa, uno más de entre tantos cientos de trágicos momentos de aquella contienda enloquecida. Pocos días antes había incluido de refilón una mención aquellos sucesos en este mismo blog. Tal vez eso me hizo recordar de nuevo aquella noche esa batalla irrelevante de una guerra que ya solo hace titulares en los libros de texto escolares.

En julio de 1994 Fikret Abdic, el mafioso local de aquel pequeño territorio al norte de Bihac y aliado circunstancial de los serbios, había sido derrotado por las tropas bosnias. Los miles pobladores del pequeño enclave salieron en desbandada, através de la Krajina, hasta la línea de frente con la zona bajo control croata. La enorme columna de vehículos quedó atrapada en aquella carretara secundaria durante dos meses. Y allí me enviaron, a las pocas horas del aluvión humano, para llevar a cabo las primeras y caóticas distribuciones de agua y alimentos a los atribulados desplazados.

Hablando con Jef aquel recuerdo tomó forma de nuevo, pero de uno modo absolutamente inesperado. Jef me dijo que cuando la batalla final por el norte de Bihac comenzó, él se encontraba casualmente a pocos kilómetros de la zona de combates. Por cuenta propia logró llegar a la línea de artillería bosnia, caerle simpático al oficial (los tragos de rakia y una guapa traductora ayudaron) y, milagrosamente, convencerle para que durante al menos media hora no orientase las salvas de los obuses hacia la única carretera de salida del enclave. Me contó aquello sin ningún triunfalismo ni sombra alguna de orgullo, como si el asunto no tuviera mucha relación directa con él.

Muchas veces a lo largo de estos años me he preguntado cómo logró aquella riada humana huir de la pesadilla de los bombardeos y cruzar la barrera de fuego en plena batalla. Jef, dieciséis años después, me dio la respuesta.

Esa media hora salvó la vida de unas cinco mil personas.

(Foto: Luis Echanove)

viernes, 5 de marzo de 2010

Recuerdos despeluchados

(2) Sol y sombra

El sol devoraba la yerba. Nadie se atrevía a saltar a la piscina. Dentro, en el salón de conferencias, alguien disertaba sobre el Primer Centenario del Código Civil. Fuera, en las butacas de plástico y en las toallas de felpa, nosotros debatíamos sobre los presocráticos, los efectos del vino Don Opas y las mejores técnicas para birlar botellas en los bares.

“El sustrato de todo es uno e infinito”
(Anaxímenes de Mileto)
Foto: Luis Echanove

lunes, 1 de marzo de 2010

Geografía del absurdo

(3) El Estado Libre del Cuello de Botella y otros países accidentales

Hablábamos en dos entradas previas de esta serie dedicada de la geografía del absurdo de los países inexistentes (los que se creen que existen, pero no existen) y de los países subconscientes (los que existen, pero no saben que existen). Nos ocuparemos ahora de los países que existen por error, no por voluntad propia.

Aunque resulte difícil de creer, hubo una vez un país llamado, ni más ni menos, el Estado Libre del Cuello de Botella (Freistaat Flaschenhals en designación original en alemán). Esta pequeña nación soberana, situada en el oeste de Alemania, entre 1919 y 1923 funcionó con completa independencia, fue reconocida internacionalmente, emitió pasaportes para sus escasos ocho mil ciudadanos, imprimió sellos y mantuvo relaciones diplomáticas con otros países.

El Estado Libre del Cuello de Botella no es solo la nación de nombre más absurdo que la historia humana haya nunca conocido, sino también, posiblemente, la de origen más patético. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, las potencias vencedoras pasaron a ocupar una amplia franja de terreno en la orilla izquierda del Rin, en Alemania. A la hora de distribuirse el área, los franceses y los americanos trazaron dos grandes círculos de treinta kilómetros de radio con centro en las ciudades de Mainz y Coblenza, respectivamente. Por un equivoco torpe en las mediciones, los círculos no se tocaban, de modo que entre medias quedó una pequeña porción de tierra, desconectada del resto de Alemania y no integrada en las zonas de ocupación. Los pobres campesinos de aquella comarca, relegados a quedarse fuera del resto de Alemania y de las zonas bajo administración aliada, no tuvieron otra solución que conformar un país propio para poder gozar de alguna nacionalidad.

El Estado Libre del Cuello de Botella constituye un buen ejemplo de esta modalidad rocambolesca de ser país: nacer por un error a la hora de trazarse las fronteras. No son naciones que surjan porque sus moradores reclamen la independencia, o como fruto de conquistas, guerras o sesudas decisiones políticas. Los países accidentales brotan en los huecos del mapa que alguien se olvidó trazar, en los márgenes de las fronteras demarcadas de forma torpe. Cuando te quedas fuera de la cartografía oficial, no te queda otra que montarte tu propio país.

Aunque parezca mentira, la historia esta granada de casos parecidos al del Estado Libre del Cuello de Botella. Ninguna de estas nacioncillas merece ni una nota a pie de página en los manuales de historia. Hace falta ser un obsesionado de las anormalidades de la geográfica política, como quien esto escribe, para conocerlos. La Republica Libre de Schwarzenberg, por ejemplo, nació de forma parecida al Estado Libre del Cuello de Botella: los aliados se olvidaron de ocupar una remota comarca de Sajonia tras la Segunda Guerra Mundial, de modo que sus moradores no tuvieron más remedio que constituirse en país independiente durante un par de meses. El continente Americano ha dado algunos curiosos ejemplos también.

La República del Arroyo Indio (Republic of Indian Stream), surgió en una pequeña área fronteriza disputada entre el Canadá Británico y Estados Unidos. Como sus 300 habitantes no sabían sin eran ingleses o estadounidenses, en 1832 decidieron crear su propia nación independiente. Puedo imaginar la cara de entre perplejidad y falsa condescendencia con la que los diplomáticos de los países serios mirarían por encima del hombro a los diplomáticos de este paisito de nombre tan poco flamante. La República del Arroyo Indio solo sobrevivió dos años: el tiempo que tardaron sus poderosos vecinos en coscarse del error en el mapa. La República de Modawaska, nacida en otra zona donde tampoco se tenia muy claro por donde pasaba la frontera entre EEUU y Canadá, logró en cambio permanecer independiente década y media.

Sorprendentemente, el ejemplo más longevo de país surgido como fruto de un olvido cartográfico se produjo en la propia Península Ibérica: El Couto Mixto. Durante siglos, un puñado de kilómetros cuadrados al sur de la actual provincia de Orense no formaba parte legalmente ni de Portugal ni de España. Sus pocos cientos de pobladores, gracias a la vaguedad de la división fronteriza en esa zona, lograron mantenerse al margen del control político de ambas naciones, y durante siglos vivieron en su feliz limbo geográfico, liberados de servicio militar, de los impuestos y de las instituciones políticas españolas o portuguesas. La autoridad suprema del Couto Mixto la detentaba un Juez Civil y Gubernativo, elegido libremente y completamente soberano, no teniendo superior sobre él, ni dependiendo en absoluto de España o Portugal. El Cuto Mixto era, por tanto, una nación independiente con todas las de la ley. Finalmente, la nación de los Tres Pueblos Promiscuos (que era como las autoridades españolas llamaban oficialmente a la zona) se integró en España en 1864, con la firma del Tratado de Lisboa.

Los países accidentales, al contrario que casi todas las demás naciones (las nacidas aposta) saben disolverse sin armar ruido.

(Foto: Luis Echanove)